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Las falsas promesas de la Revolución Ciudadana: 

Excluyendo el contenido 

comunista de la revolución socialista 

 

Natalia Sierra 

Socióloga ecuatoriana,

profesora e investigadora de la PUCE,

analista política, activista de izquierda.

Así como sufrimos llegará el día y el momento que ellos también van a sufrir y la van a pagar caro1.

 

 

Existe en la izquierda, aun cuando no se reconozca, un sentimiento de que nuevamente fallamos o fuimos traicionados, pues la promesa de cambio, o al menos de intento de cambio, que se abrió con el proyecto de Alianza País, ha sido abortada. Ante esto, quiero plantear que la promesa de la Revolución Ciudadana, no solo que no es un fracaso, sino que se va cumpliendo casi en su totalidad. Voy a desarrollar esta tesis analizando la estructura del texto del discurso de Alianza País, propósito que lo voy a realizar en dos momentos que se corresponden con dos interpretaciones del discurso de la Revolución Ciudadana. 

Ahora bien, antes de entrar en el análisis de las interpretaciones, esbozaré brevemente lo que he denominado: el carácter fundacional del discurso de Alianza País. 

 

 

Un discurso fundador 

 

Para el año 2006, el discurso de Alianza País era, lo que se puede llamar, un discurso “fundador”, que surgió en medio del vacío político e institucional que había dejado la profunda crisis de la democracia liberal-oligárquica en el país. Discurso que expresó un cambio en la cadena narrativa del poder, la misma que venía ordenando el pasado en una historia coherente para los intereses de la clase dominante. Se operó un cambio del registro narrativo del viejo poder oligárquico a un registro narrativo de un nuevo poder burgués modernizante. Esta modificación permitió reescribir el pasado desde la perspectiva de la autodenominada izquierda ciudadana, con lo cual se abrió una interrogante fundamental sobre el significado de esta reforma en la narrativa del poder en términos políticos y, básicamente, económicos. 

Un discurso fundador es por lo general una promesa de cambio, en el caso específico del discurso de Alianza País se prometía “cambiar la situación del país”, “salir de la larga noche neoliberal”, “reconstruir el Estado”, “construir una sociedad prospera, justa, democrática, equitativa y participativa”, entre otras. Desde esta perspectiva es un discurso performativo y no descriptivo, pues no hablaba de una realidad política determinada, sino que establecía el marco ideológico desde donde se producirá esa realidad esperada. Se entiende, entonces, que en estricto sentido es un discurso que irrumpe en el vacío político institucional y abre el acontecimiento político. Esto explica la aceptación que este discurso tuvo en la mayoría de la población, la misma que asumió la promesa de Alianza País sin resistencia alguna, ya que el discurso de la promesa no tiene realidad política que se le oponga, sea como confirmación o negación. Solo así se entiende que el 80% de la población del país haya recibido el mensaje de Alianza País y se haya configurado en su destinatario inmediato. La gente se adhirió a una promesa, una promesa que debía hacerse realidad en los años siguientes a la puesta en circulación del discurso fundador. 

Ya en el Gobierno, el discurso de Alianza País incorporó, junto al significante Revolución Ciudadana, aquel del Socialismo del Siglo XXI. La vinculación entre estos dos significantes estructuraron el núcleo a partir del cual se abrió el marco fantasmático-ideológico donde se proyectó la identidad política e imaginaria de Alianza País, y de todo individuo o grupo que se volvió destinatario de dicho discurso. De esta manera, apareció un nuevo vocabulario en la voz del poder, un vocabulario que recogió muchas de las palabras del discurso de la izquierda socialista, significantes que fueron articulados a otro campo ideológico a partir del significante de acolchado Revolución Ciudadana-Socialismo del Siglo XXI. 

Un discurso político fundador, que promete, tiene la capacidad de interpelar a una población huérfana de realidad política institucional, recepción que, en la primera época del Régimen, permitió a Alianza País constituir un campo ideológico “nuevo” (las comillas dan cuenta de que en realidad se operó un reencauche del viejo campo ideológico liberal burgués). De esta forma, el discurso fundador totalizó una serie de demandas populares a partir del significante Revolución Ciudadana, el mismo que resignificó retroactivamente el contenido ideológico de dichas demandas, despojándolas de su significación popular. Es decir, el point de capiton (punto nodal) Revolución Ciudadana, en un movimiento retroactivo, confirió sentido a las demandas sociales planteadas por los sectores populares desde el campo ideológico de la democracia liberal de la llamada Tercera Vía. En este proceso se trastoca el sentido propio de las demandas, el mismo que había sido dado por un point de capiton distinto que, con riesgo de equivocarme, diría que era la revolución proletaria, a pesar de su poca claridad. Así, aunque a nivel denotativo las demandas eran las mismas, a nivel connotativo habían cambiado, en la medida en que se encontraban integradas a otro campo ideológico. 

Dicho esto, inicio el análisis de la estructura del texto del discurso que, como dije con anterioridad, tiene dos posibles interpretaciones que corresponden a dos momentos de este período político: La primera se inscribe al inicio del proceso que pone en marcha el Gobierno, antes y después de ganar las elecciones en el 2006; y la segunda se registra aproximadamente a los dos años y medio de circulación del discurso de la Revolución Ciudadana. 

 

 

Primera lectura 

 

Un Socialismo envuelto en ciudadanía 

 

El discurso fundador de Alianza País propone una Revolución Ciudadana para construir el Socialismo del Siglo XXI, así podemos observar que el significante Revolución Ciudadana establece la pantalla ideológica donde se va a proyectar la promesa del Socialismo del Siglo XXI dentro del relato de la nación ciudadana socialista. En otras palabras, el contenido del Socialismo del Siglo XXI es dado de forma retroactiva desde la categoría liberal de la ciudadanía, lo cual hace de este la promesa de concluir la fallida y eternamente postergada Revolución Liberal. De esta manera, lo que tendríamos es un proyecto democrático burgués que concluiría la revolución iniciada por Eloy Alfaro hace más de un siglo. Concluido esto, o junto a esto, se iría desplegando un socialismo corregido, digamos sin los “errores” del Socialismo Real (dictadura del proletariado que en rigor fue del partido comunista; estatización de los medios de producción, en consecuencia eliminación de la propiedad privada; liquidación de las clases sociales y en consecuencia del Estado de clase). En este sentido, la Revolución Ciudadana-Socialismo del Siglo XXI expresa la demanda UNO donde se articulan todas las demandas sociales, desde aquellas de clase, pasando por las étnicas hasta llegar a las demandas ciudadanas. Se puede decir que, este discurso fundador prometía un proyecto donde se recogían las distintas demandas sociales y se integraba a todos los sectores sociales, descartando únicamente a la llamada “partidocracia pelucona”, configurada como el enemigo del cambio, exclusión que permitía la cohesión política del proyecto de Alianza País. 

Planteado de esta forma, el proyecto político de la Revolución Ciudadana resultaba bastante atractivo a los sectores de la centro izquierda socialdemócrata, por aquello de la promesa liberal burguesa; para ciertos sectores de izquierda socialista que creen en la revolución por etapas, y en esa medida consideran que se debe terminar la revolución democrático-burguesa para poner la bases económico-sociales para el socialismo; para los movimientos sociales que de una u otra manera veían recogidas sus demandas en el discurso inicial de Alianza País, más aún, dicho discurso se había apropiado de aquellas demandas (no al TLC, no a la Base de Manta, no al Plan Colombia, la ampliación de los derechos ciudadanos, entre otras). Esta primera lectura explica el alto grado de recepción que el discurso fundador de Alianza País tuvo entre la población de los sectores medios y de los populares, articulados a los movimientos sociales y a las organizaciones de izquierda que se adhirieron al mismo. 

Es necesario aclarar que en 2006, cuando se pone en circulación el discurso fundador de Alianza País, era esta primera lectura la única posible, sea desde la construcción imaginaria de la revolución por etapas para la izquierda y algunos movimientos sociales, es decir desde la construcción imaginaria de un nuevo socialismo para el nuevo milenio de la “izquierda” de la Tercera Vía. Como se dijo en las líneas anteriores, en este primer momento del proceso la interpretación del discurso no tenía contraparte en la realidad política del país, razón por la cual era fácilmente creíble y digerible. Esto explica la presencia y el respaldo de la mayoría de la izquierda ecuatoriana y los movimientos sociales al gobierno de la Revolución Ciudadana, durante los primeros años. 

Después de siete años de la irrupción del discurso de Alianza País, que abrió el actual proceso político del Ecuador, este ya no es más un discurso fundador. En estos siete años el discurso fundador se ha inscrito en lo real y ha construido una realidad, es decir se ha operado la concreción del mismo como realidad política y económica. Una realidad con la cual el discurso puede ser contrastado, una realidad en la cual debería reflejarse las promesas de camino prometidas por la Revolución Ciudadana-Socialismo del Siglo XXI. Al contrario de lo esperado, en la contrastación entre el discurso y la realidad lo que se observa es que la última niega las promesas del primero. 

De hecho, a siete años de posesionado el gobierno de Alianza País, lo que la izquierda esperaba, es decir el ofrecimiento hecho, que rezaba: “con la revolución ciudadana iremos construyendo el Socialismo del Siglo XXI”, no se hace realidad, ni tampoco hay signos claros que puedan hacernos pensar que en un futuro sea así. La realidad que el Régimen está construyendo se ha alejado totalmente del discurso, en estricto sentido de la promesa supuestamente contenida en él, aunque de hecho corresponde al texto literal del mismo. Por lo tanto, en rigor, se lleva adelante una “Revolución” Ciudadana -o al menos eso se intenta- un proceso de modernización-racionalización política, social y económica. 

Desde el supuesto contenido implícito del discurso de la Revolución Ciudadana, esto es la promesa del Socialismo del Siglo XXI, la inscripción del discurso en lo Real es fallida, sin embargo, es absolutamente coherente con su texto literal. El asunto es: ¿por qué el contenido latente de la Revolución Ciudadana (Socialismo) se contrapone con la realidad inscrita en lo Real por él? Es decir, ¿por qué los sectores de izquierda que se desvincularon del proyecto de Alianza País tienen un sentimiento de haber sido traicionados por el Régimen? ¿Por qué parece que el Gobierno es incoherente con su discurso y, en consecuencia, con la promesa (Socialismo) que ofreció en la primera fase del proceso? Esta paradoja de la política se puede explicar analizando otra posible lectura del discurso fundador de Alianza País. 

 

 

Segunda lectura 

 

El sueño ideológico de Alianza País 

 

Otra posible lectura del discurso de Alianza País muestra que la promesa del Socialismo del Siglo XXI no se podía cumplir, simplemente porque nunca fue esa la promesa. 

Desde el marco del análisis freudiano sobre el sueño, el deseo político inconsciente de Alianza País se encuentra en el inter-espacio entre el texto manifiesto del discurso de la Revolución Ciudadana y el supuesto contenido latente oculto, es decir, la promesa del Socialismo. Lo que se debía inscribir en lo Real como realidad no es el contenido latente del discurso de Alianza País, léase el Socialismo del Siglo XXI, sino el deseo político reprimido de su proyecto, el mismo que hay que encontrarlo atrapado en la forma del discurso de la Revolución Ciudadana. La pregunta que se impone entonces es: ¿cuál es el contenido de ese deseo político reprimido de Alianza País? 

La forma (entiéndase estructura) del discurso fundador de Alianza País plantea una vinculación cruzada, no explícita pero si real, entre el significante Revolución Ciudadana y el significante Socialismo del Siglo XXI. La Revolución Ciudadana no abre la pantalla fantasmática donde se proyecta la promesa del Socialismo, sino que establece una vinculación cruzada entre estos dos significantes que replantea el panorama. Una vinculación que es, en sí misma, la expresión del interespacio entre estos dos significantes, lugar del deseo reprimido. Para entender lo dicho hay que recordar que en el discurso de la izquierda, hasta los años 70, la revolución no podía ser sino socialista y por lo tanto solo la ciudadanía puede ser del siglo XXI. Desde esta perspectiva de izquierda, el significante point de capiton que tapa el vacío dejado por la crisis de la institucionalidad política estallada en 2005, es en rigor la pareja “Ciudadanía del Siglo XXI”, que se levanta sobre la exclusión (forclusión) de la pareja significante “Revolución-Socialista”. En estricto sentido, es el contenido comunista de esta última pareja el que queda excluido del campo ideológico de la Revolución Ciudadana, que en lo real es la promesa de la ciudadanía del siglo XXI. Así, es la Revolución Socialista que, desde el campo ideológico del comunismo y no del liberalismo, implica la eliminación de la propiedad privada, la eliminación del ciudadano abstracto, el proceso de destrucción de la sociedad de clases su Estado, lo que va a configurarse como el resto excluido, aquello que no puede ser integrado en el proyecto de Alianza País. 

A la pregunta hecha vale contestar que el contenido del deseo político inconsciente de Alianza País no es otro que la apuesta por el nuevo keynesianismo, que resulta ser un caduco modelo neodesarrollista que busca la modernización del capitalismo en el país. En definitiva, es el deseo de la nueva burguesía de ocultar la contradicción estructural del mundo capitalista, brindándole un rostro humano. Desde la perspectiva ideológica de la izquierda socialista, a la cual supuestamente se adscribe el Proyecto de Alianza País, las parejas significantes Revolución Ciudadana y Socialismo del Siglo XXI son absurdos políticos. 

Tomadas en el juego del texto manifiesto (Revolución Ciudadana) y el contenido latente (Socialismo del Siglo XXI) no se explica la ascendiente conformidad social con el proyecto de Gobierno. Sin embargo, si se parte del análisis propuesto, es claro que lo que se inscribió en lo Real como realidad es un proyecto neokeynesiano mucho más débil que el de los años 50. Neodesarrollismo que no responde a las expectativas de transformación de la sociedad. A siete años del gobierno de Alianza País, el discurso del Régimen habla de una realidad que no coincide con el contenido latente en el discurso, (no hay indicios que muestren la intención de desplegar la apuesta socialista,) aunque sí con su contenido manifiesto donde se encuentra atrapado el deseo político reprimido de Alianza País, que de hecho no es el deseo político de la izquierda revolucionaria. 

Lo que se ha inscrito en lo Real es el mismo proyecto capitalista, en una nueva fase de acumulación mundial, que va configurando una realidad que muchos ya denominan el “capitalismo multipolar” o “capitalismo posneoliberal”. Esto al menos es lo que muestran muchas de las políticas económicas del Régimen, entre las que se encuentran: su política petrolera; su proyecto de explotación minera a gran escala; su proyecto de soberanía alimentaria -cuyo eje central va por el desarrollo de la agroindustria con conexiones a nivel internacional y el negocio de los transgénicos-; su proyecto industrial, donde se contempla la producción de biocombustible y la venta de servicios ambientales; metalúrgica, entre otros. 

Todo esto dentro de un modelo de desarrollo que nada tiene que ver con la retórica del Sumak Kawsay y menos aún con sus críticas a la economía capitalista. El modelo de desarrollo que lleva adelante Alianza País, sí, es coherente con la radicalización de la Revolución Ciudadana del Siglo XXI, cuya intención es abrir el camino a las nuevas formas de acumulación del capital y ocultar las profundas contradicciones sociales inherentes al sistema. 

En conclusión es acertado decir que, en palabras de Zizek (2002: 88), el socialismo (comunismo) sería el “mediador ausente”, entre el antiguo discurso de poder y el nuevo. “Y este mediador ausente en la medida en que sigue estando no integrado, excluido, gravita sobre la historia “presente” como su otra escena espectral”. Así el socialismo-comunismo ha quedado como la presencia espectral permanente que, en su exclusión, hace posible la existencia del campo ideológico de la Revolución Ciudadana. 

Es necesario mirar la lógica “oculta” en la estructura del campo ideológico liberal-burgués reencauchado por Alianza País, en la perspectiva de entender la verdad de su proyecto político, cuyo contenido no se encuentra detrás, abajo o fuera del discurso de la Revolución Ciudadana, sino en su propio corazón. En otras palabras, la verdad política del Alianza País no se aloja en el contenido profundo del discurso, sino en su forma, en el texto manifiesto del mismo. 

Ahora bien, el proceso descriptivo del discurso político, por el cual se construye la identidad ideológico-imaginaria del mismo, tiene que necesariamente forcluir o excluir el exceso traumático de su propia violencia fundadora, es decir la violencia impositiva de todo discurso fundador. Para el caso que se analiza, lo que tuvo que ser excluido de la retórica discursiva de Alianza País es el contenido comunista. 

 

 

Compartiendo el deseo reprimido 

 

Al final de este análisis cabe la pregunta sobre la razón por la cual la izquierda no pudo leer la verdadera promesa de la Revolución Ciudadana, ¿por qué no pudo mirar el cortocircuito que el propio significante Revolución Ciudadana implica, desde la ideología de la izquierda socialista-comunista, a la que “supuestamente” nos adscribimos? Desde el marco ideológico de la izquierda comunista no es posible una revolución ciudadana, ya lo dijo Ernesto Guevara “o revolución comunista o caricatura de revolución”. Este absurdo semántico encuentra explicación si entendemos que el deseo político reprimido de Alianza País encontró un eco en la literalidad de su discurso de la Revolución Ciudadana. Es justamente la negación de la Revolución Socialista (deseo inconsciente) lo que se constituye en el núcleo traumático del discurso de la Revolución Ciudadana. Así, el significado de la Revolución Ciudadana es el resultado de la distorsión provocada por el deseo inconsciente de Alianza País, “que la emergencia del significado se basa en la negación de un núcleo traumático ‘primordialmente reprimido’” (Zizek, 2005: 45). 

Hasta aquí queda claro el verdadero deseo político de la Revolución Ciudadana, lo que no queda claro es la confusión de la izquierda socialista-comunista, confusión que, creo, encierra un deseo reprimido de la propia izquierda. Con temor a no equivocarme, este análisis considera que en la conciencia de la izquierda ecuatoriana hay el deseo de limpiar la revolución de su carácter violento. Tanto Marx como Lenin estaban convencidos del contenido violento de la revolución, desde su teoría de la transformación social, el socialismo no es posible sin la violencia que toda revolución requiere para destruir el poder de la burguesía y su Estado de clases. Como sostiene Fredric Jameson (1998: 19): 

 

[…] el otro lado recurrirá a la fuerza cuando el sistema se vea amenazado de modos básicos o fundamentales, de manera que la posibilidad de la violencia se convierte en algo así como la prueba de la autenticidad de un movimiento revolucionario visto de forma retroactiva por el búho de Minerva de Hegel o el ángel de la historia de Benjamín (de hecho son el mismo ser con forma diferente). Ello implica algo parecido a las paradojas de la predestinación y la elección en teología: la opción por la violencia es el signo externo y siempre viene después, no se puede contar con ella por adelantado, como trata de hacer la socialdemocracia al trazar un curso calculado para no ofender a nadie. Pero si el curso escogido llega a pasar por un genuino cambio sistémico, necesariamente se produce una resistencia, virtualmente por definición, pero no porque quienes lo planifican lo hayan deseado. 

 

Así, la violencia no es un deseo, es por decirlo de alguna manera una opción “obligada” que toda revolución real impone. Retomando algunas ideas de Zizek, se puede decir que una revolución sin violencia es igual que el café sin cafeína o la cerveza sin alcohol, lo que implica arrancarle a la revolución su núcleo duro, el cual la define. La violencia revolucionaria del pueblo en realidad no es más que una contraviolencia, “no solamente ocasional contra los policías que lo han provocado deliberadamente, sino contra una sociedad que los oprime” (Sartre, 1968: 20). Es preciso señalar que cuando se habla de violencia no se hace referencia a la fuerza bélica, sino básicamente a la suspensión histórica que toda revolución conlleva. La apertura de un punto ahistórico que rompe la totalidad ideológica y social que engloba a las clases sociales cuando la contradicción, que es inherente a su relación, aún no ha estallado. En otros términos, cuando la contradicción estalla, estalla la guerra revolucionaria, proceso en el cual las clases se niegan a pertenecer a una totalidad, es decir, se rompe el consenso que sostiene el poder hegemónico. Los antagónicos rechazan la ideología común, rechazan la ley común y luchan, los unos por sostener la antigua ley, la ley de la clase dominante, y los otros por imponer una nueva. 

La revolución supone una ruptura definitiva del acuerdo social, con lo cual la violencia se apodera de los adversarios que se buscan para liquidarse material y simbólicamente, es decir, liquidarse como clase. Los implicados en esta lucha ponen en juego su propia existencia social y biológica, en la medida en que absolutamente nada garantiza su victoria sobre el otro. Sin embargo, la clase de aquellos que son la parte sin parte o, en palabras de Marx, de aquellos que no tienen nada que perder porque nada tienen, se diría, porque ya están “muertos”, tienen mayor posibilidad de enfrentar la incertidumbre de la lucha revolucionaria. Quizás esto explica la tesis marxista del sujeto histórico de la revolución. En relación a lo dicho, parece que el problema de la izquierda ecuatoriana, su desconcierto y confusión ante gobiernos socialdemócratas como el de Alianza País, es su origen de clase (pequeña burguesía) sumado a su origen étnico (mestizaje), posición desde la cual la izquierda tiene mucho que perder con la revolución. 

Enfrentar la violencia no es nada fácil, de hecho mejor sería una transformación por medios pacíficos, por consensos, por acuerdos, por diálogos entre los distintos actores (ya que entre las clases enfrentadas no es posible porque su antagonismo implica, como ya se dijo, una radical separación, pues cada una se afirma no por su lugar en la totalidad social, sino por su lugar en sí), en definitiva la “revolución” de la llamada Tercera Vía. Sin embargo, aquellos que nada tienen, aquellos que han sido hijos de la violencia y no tienen más que su cuerpo-vida históricamente violentado, son los que intuyen que la violencia no hay como evitarla, hay que saber aprovecharla para cambiar su “destino” de violencia. Esos sujetos de la revolución no se confunden con la ideología-idea pacifista de la clase dominante, porque sufren la ideología-acto violenta de la explotación y opresión sobre su cuerpo. Al contrario, la izquierda de origen pequeño burgués y mestizo tienen un lugar en el mundo capitalista, y una verdadera revolución le privaría de ese privilegiado espacio social. Sincerando la condición de la izquierda ecuatoriana hay que reconocer que su ubicación laboral en la Academia, el Estado y los ONG le otorga un lugar favorecido dentro del sistema que existencialmente le aleja de las clases populares. Un lugar favorecido que implica ascenso y reconocimiento económico, social, cultural y simbólico que con una transformación social real de hecho se perdería.

Al conflicto anterior, cuya causa tiene que ver con el lugar social de la pequeña burguesía, se suma, en el caso del mundo andino, el conflicto cultural del mestizo. Quizás peor que el conflicto social propio de la clase media es el conflicto del mestizaje. En ese eterno transitar del indio al blanco, marcado desde su origen por la necesidad de alejarnos del mundo mítico agrario y avanzar hacia el mundo de la razón industrial, se construyó el “objeto precioso” que podríamos perder si ciertamente se produjera la revolución. Ese objeto precioso, nuestro mayor querer: “ser alguien”. Ser intelectuales, dirigentes, vanguardia, poseedores de la palabra, ser los dueños de la sabiduría y la verdad...Ser que nos es otorgado no tanto por el pueblo sino por el sujeto de la interpelación ideológica del poder o por el Gran Otro colonizador. 

En el fondo, se sabe que la revolución no es una caricatura de revolución cuando es la violenta y radical destrucción del orden existente, en el cual la izquierda tiene un lugar de privilegio, paradójicamente por haber asumido el discurso de la revolución sin realmente querer la revolución. 

Esta es la encrucijada de la izquierda: ¿cómo ser de izquierda, abogar por la revolución y no perder el lugar social que el discurso de izquierda me ha permitido ocupar dentro del mundo burgués? Ser de izquierda no significa manejar el discurso de la revolución, es hacer efectivamente la revolución y esta empieza por violentar de raíz nuestra identidad pequeño burguesa. 

De lo dicho solo queda preguntarse si la izquierda está dispuesta a que una revolución nos obligue a renunciar a los privilegios obtenidos dentro del actual sistema social. De no estar dispuestos a las consecuencias de una verdadera transformación social, por un mundo más justo y equitativo, ciertamente que nada nos diferencia de los “revolucionarios” de Alianza País. Tecnócratas de una revolución inexistente que lo único que han logrado con la administración del Estado es fortalecerse como pequeña burguesía y extender sus privilegios de clase media. El deseo de una izquierda revolucionaria debe ser el deseo de construir la comunidad comunista en la cual las diferencias no involucren ni privilegios, menos aún dominación. Una comunidad donde las diferencias signifiquen la posibilidad del acontecimiento de la alianza de los comunes. Construir una sociedad en la que la división social del trabajo no sea el pretexto para la opresión y la explotación, una sociedad con otras formas de convivencia humana, con otro entendimiento sobre nuestro caminar en el mundo. 

 

El deseo reprimido de Alianza País extendido en una parte importante de la población 

 

Con el resultado de las últimas elecciones de 2013, en las que un porcentaje importante de la población volvió a confirmar el proyecto de la Revolución Ciudadana, se puede inferir, siguiendo el análisis hasta aquí realizado, que una gran parte del pueblo no quiere el cambio prometido en el discurso de Alianza País, sino que comparte su deseo reprimido. Esto se explica por el hecho innegable de que lo que se inscribió como realidad del proyecto de la Revolución Ciudadana es una modernización capitalista, vía reprimarización de la economía, que actualiza en la población la ficción colonial del desarrollo y la modernización del capital. El poder de control mediático del Gobierno acompañado de ciertas políticas clientelares que pagan deuda social y la recuperación del Estado crea en la población una ilusión de que aún es viable el capitalismo. De esta manera, se enseña a la población a desear todo lo que promete el desarrollo mercantil capitalista, un ejemplo de esta manipulación ideológica es la idea del “sueño americano” reactivado por el Gobierno en “el sueño ecuatoriano”. Con la ilusión de la modernización capitalista vía extractivismo, el pueblo cree que transitar por fuera del marco capitalista podría significar perder mucho de la prosperidad ofrecida en él. 

Cuando la población es atrapada en la ficción desarrollista necesariamente sufre un retroceso de su conciencia política crítica. Se siente cómoda con la situación dada y no apuesta a un futuro que trascienda el orden existente, se vuelve una población afirmativa del statu quo. A nivel político es lo que podrían llamarse momentos regresivos en la conciencia social. 

El mayor peligro de este proceso regresivo es que la población no sea consciente de que su deseo es un deseo construido en y por la lógica capitalista y considere que lo que está apoyando es un proceso de transformación social. Es decir, que haya sido atrapada en el texto manifiesto del discurso de Alianza País, ahí donde se articula el deseo reprimido del correísmo, y por lo tanto esté convencida que la Revolución Ciudadana es una revolución socialista. De ser así significaría que en la conciencia o en el inconsciente colectivo del pueblo se ha operado una derechización semántica del discurso de la izquierda. Esto explicaría porque parece que a gran parte de la población no le importa el autoritarismo, la corrupción, la estafa política, la mentira y fundamentalmente el proyecto económico que impulsa el régimen de la Revolución Ciudadana. Se podría decir que el cinismo del Gobierno se ha extendido como ideología de la sociedad ecuatoriana. 

En el contexto de la región, los resultados de las elecciones en Ecuador podrían mostrar un gran revés en la conciencia que, a propósito de la instauración de los llamados gobiernos progresistas, se abrió en América Latina. Desde la profundidad de la tierra campesino-indígena germinó la necesidad de un cambio civilizatorio, que implica mucho más que una transformación social. Este es el verdadero núcleo de la con

ciencia crítica del proletariado actual, entendiendo por proletariado al conjunto de sujetos históricos que pulsan por una nueva civilización, pues en esta no tienen lugar, en esta no pueden vivir. Es decir, todos los pueblos que están siendo despojados de la vida debido a la expansión de las fuerzas destructivas del capital (extractivismo -minero y petrolero-, agroindustria, transgénicos, biocombustibles, entre otros). La defensa del medio ambiente, como defensa del mundo social, nacida en las luchas de resistencia que los pueblos del sur levantan frente a la devastación de las transnacionales, cuestionó de forma profunda y radical el fundamento mismo de la civilización moderno-capitalista. Esta radical crítica puso en debate la forma cuantitativa que domina la idea de progreso, desarrollo y bienestar, lo que permitió abrir la posibilidad de que el bien-estar o mejor el Sumak Kawsay no dependa del crecimiento económico. Se empezó hablar entonces de la posibilidad de pensar en decrecer económicamente, lo que significa mudar de las fuerzas destructivas del capital a ciertamente unas fuerzas productivas, constructivas de un mundo distinto. Nace, así, un pensamiento realmente transgresor, realmente transformador, un pensamiento que desafía la lógica inexorable del capital. 

La vieja promesa desarrollista, reencauchada y publicitada por los gobiernos llamados progresistas particularmente el gobierno de la Revolución Ciudadana, se convierte en una contención ideológica que busca detener el despliegue del pensamiento crítico, que recorre por el mundo campesino-indígena de la América Latina. Otra vez, como diría Gabriel García Márquez, los gitanos forasteros vuelven con sus falsas promesas modernizadoras, trayendo baratijas a cambio de nuestra vida. Y otra vez más, como en la obra de Márquez, lo único que nos quedará es la hojarasca y como al parecer que no hemos aprendido durante estos ya largos más de 500 años, una vez más la mayoría de pueblo ha caído en la trampa de una historia decrépita que se resiste a morir. Una vez más hemos permitido que nos enseñen a desear el capital y no la vida. En lugar de desear la libertad que todo comienzo de mundo humano significa, deseamos las ya gastadas certezas de un mundo que solo existe en nuestra alienación consumista. En vez de desear caminar sin ataduras por un mundo que iremos construyendo, deseamos sumergirnos en la pesadez viscosa del espacio mercantil. “En lugar de desear una filosofía llena de incógnitas y preguntas abiertas, queremos poseer una doctrina global, capaz de dar cuenta de todo, revelada por espíritus que nunca han existido o por caudillos que desgraciadamente si han existido” (Zuleta, s/f: 2). Eso y no otra cosa muestran los resultados de las últimas elecciones en el Ecuador, una población que parece estar atrapada en la ficción del bienestar capitalista de un conjunto de gozos perversos, propios de una sociedad adictivamente consumista. 

El atractivo terrible que poseen la formaciones colectivas que se embriagan con la promesa de una comunidad humana no problemática, basada en una palabra infalible, consiste en que suprimen la indecisión y la duda, la necesidad de pensar por sí mismo, otorgan a sus miembros una identidad exaltada por la participación, separan un interior bueno -el grupo- y un exterior amenazador (Zuleta, s/f: 4). 

En este contexto de enajenación social, los sectores que no han sido atrapados por esta ficción aparecen, obviamente, como locos, fundamentalistas, románticos, infantiles y todos los descalificativos que el Gobierno usa para deslegitimarlos. Sin dudas, ante la mente colonizada de los “revolucionarios” ciudadanos que dirigen el Gobierno, la idea de decrecer, de parar la explotación destructiva de los bienes naturales se presenta como cosa de locos. Ante su deseo colonizado de querer llegar al bienestar capitalista a como de lugar, la sola idea del Sumak Kawsay debe ser un fundamentalismo indígena, una traición a su deseo más íntimo de parecerse al “blanco”. Después de tanto repetirse la mentira del desarrollo han creído que es verdad y desde la “Verdad” el pensamiento del otro se presenta como erróneo, infantil, romántico, primitivo es decir falso, más cuando ese otro, desde el pobre criterio cuantitativo, no es representativo. 

Es este núcleo transformador el que podría estar en riesgo, pues al no contar con el apoyo de gran parte de la población podría ser sujeto de persecución, encarcelamiento, asesinato como de hecho ya está sucediendo en el país y en la región. Cuando el poder no puede sobre el Otro que lucha y resiste, a pesar de toda la embestida ideológica, opta por su asesinato biológico o simbólico. Estos gobiernos saben que más allá del optimismo desarrollista que han contagiado a gran parte de la población, saben que aún subsisten y resisten los pueblos que tienen la certeza de que una vida digna no se cambia por petróleo ni oro. 

 

 

Dando un salto al pasado allí donde la teoría revolucionaria no se inscribió 

 

En la concepción marxista clásica del socialismo, este se presentaba como un tiempo de tránsito hacia el comunismo, tiempo en el que el proletariado en el poder se va extinguiendo como clase, proceso que conllevaba la eliminación del Estado como aparato de dominación de una clase sobre otra. Al menos este era el sueño que movió a la humanidad explotada durante gran parte del siglo XX, de hecho, el socialismo era el devenir hacia el comunismo, utopía que hoy parece olvidada. 

La humanidad asiste a una debacle civilizatoria que amenaza su propia vida como especie, una amenaza que, sin lugar a dudas, es producto de “la lógica espectral, inexorable y “abstracta” del capital que determina lo que ocurre en la realidad social” (Zizek, 2009: 24). Enfrentamos, de esta manera, el desate de la crisis social (guerras, violencia urbana, crimen organizado, tráfico de drogas, hambre, muerte...), así como un grave daño ecológico que exigen retomar la utopía comunista, si es que aún queremos existir. La apuesta por el comunismo es la puesta por otros mundos en los que la ficción del desarrollo industrial, tanto en su versión social demócrata como en la del socialismo científico, no tiene cabida. La idea de que la emancipación humana depende del avance de la industrialización ya no es viable. En la etapa actual de desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas, estas han devenido en fuerzas destructivas, en este sentido no es coherente con el pensamiento emancipador asumirlas como sostén técnico de una nueva sociedad. 

Hoy más que nunca la revolución tiene que ser radical, tiene que ser una rebelión civilizatoria, porque incluso los mismos contenidos de la apuesta socialista presente en la Revolución Rusa del 17 no son lo suficientemente radicales para el imperativo humano del siglo XXI. El desafío actual no es industrializar el mundo y socializar la riqueza de esa producción, el imperativo es desacelerar la producción industrial a nivel planetario, atacar la violencia de la producción industrial y de las relaciones de propiedad privada que la acompañan y la hacen posible. El desafío hoy es cómo pasar de una matriz energética basada en la ley del valor a una matriz energética no capitalista, lo que implica un cambio radical en la vida humana. La promesa de emancipación no es industrializar la producción, sino garantizar la vida en el planeta, la lucha de clase se ha extendido de la contradicción trabajo-capital a la contradicción capital-vida. 

Las izquierdas hoy deben asumir la revolución en su radicalidad, en su violencia creadora, no de otra manera se podrá salir del sistema capitalista. Este es el compromiso, esa es la causa por la que luchar, no arreglos sino revolución, lo que se consigue de la lucha del pueblo no puede ser recuperado por los reformistas de manera institucional. Hay que extender el campo de lo posible y nunca renunciar a ello2 . 

El vocero número uno de Alianza País, tras las elecciones de febrero de 2013, ha acusado a la izquierda en la oposición de no representar más que el 3% que esta obtuvo en la votación, en razón de lo cual quiere deslegitimar las luchas de resistencia contra su proyecto económico que se han venido desplegando en el país. Vale aclarar que los grupos de campesino-indígenas que vienen resistiendo y luchando por la defensa de la tierra, el agua y la vida frente al proyecto extractivista del Gobierno son la vanguardia de la lucha social y: 

 

la vanguardia […] es una minoría actuante que manifiesta por medio de acciones explosivas su rechazo radical y total de la sociedad existente, con el fin de provocar un choque psicológico, de revelar la vulnerabilidad y la podredumbre del orden imperante, y de llamar por medio de acciones ejemplares, más que por medio de consignas, análisis o programas, a la insurrección general (Sartre, 1968: 8-13). 

 

Es esto lo que hemos aprendido de las luchas de Íntag, Victoria del Portete, Río Grande, Sarayaku, Dayuma, entre otras. Hemos aprendido que la razón histórica muchas veces no es un asunto de mayorías sufragantes, sino, sobre todo, de legitimidad histórica y ética. Pero desde la estrecha mirada del Gobierno, resulta que por los porcentajes electorales, los y las compañeras que luchan por la defensa de la vida son un puñado de “locos” y “violentos”. “Fundamentalistas de izquierda” cuyas reivindicaciones “ilegítimas” -desprivatización del agua y de la tierra, cambio de matriz energética, defensa del agua y de la vida, no al extractivismo-, no quieren ser oídas por los “revolucionarios sensatos” de Alianza País, porque según, como siempre, dicen: “reflejan simplemente una locura de los indios y ecologistas románticos, inconsciente de sus verdaderos intereses”3. “Lo que es necesario explicar a la gente es que la violencia «incontrolada» tiene un sentido, que no es la expresión de una voluntad de desorden sino de la aspiración a un orden diferente” (Sartre, 1968: 24). Es importante también aclarar que nunca la utopía ha sido patrimonio de los cuerdos, porque los cuerdos concuerdan con el sistema, son los locos los que imaginan un mundo por fuera del marco social y civilizatorio dominante. 

Nos-otros los pueblos del sur, de abajo, de lo profundo de la tierra y la historia debemos recuperar no el discurso sino el hacer que rompa las ficciones desarrollistas y construya el camino hacia otro mundo más allá del capitalismo. Esto supone una estrategia política, es decir, la existencia de una organización revolucionaria, lo que no significa una dirección vertical, menos aún autoritaria. El caminar de la rebelión popular de los comunes involucra dirigentes que surjan y desaparezcan en atención a cada momento de la lucha del pueblo, porque es el pueblo quien los fecunda y es el pueblo quien los absorbe. 

Es la masa pueblo que engendra de vez en cuando pequeños grupos de hombres que nunca son «jefes» pero que pueden desencadenar -en ciertos momentos privilegiados en que su acción corresponde a una exigencia popular profunda- un movimiento de masa que los sobrepasa y pronto los engloba. (Sartre, 1968: 22) 

Esta es una razón más por la cual Alianza País no representa un cambio revolucionario. Todo su proceso gira en torno a la figura caudillista de Rafael Correa, quien no fue engendrado por la lucha del pueblo, motivo por el cual no expresa la autoafirmación de la colectividad, no le devuelve el reflejo de su identidad4. El verdadero dirigente revolucionario no es un caudillo, es en sí mismo igual a todos lo miembros comunes y corrientes del pueblo. Es la voz a través de la cual el pueblo se percibe a sí mismo, no la que niega su identidad, no la que niega su existencia política como hace el monólogo del caudillo. El dirigente revolucionario es aceptado por el pueblo no porque se postula como amo, rey, o semidiós, sino porque es sentido por el pueblo como uno más de la comunidad. No se encuentra en una posición excepcional, especial o privilegiada, se encuentra en el lugar que el pueblo lo ha colocado para hacer posible su encuentro, y por lo tanto su condición de dirigente depende de que el pueblo así lo quiera, no de sus cualidades personales. 

Las luchas emancipadoras carecen de individuos predestinados e imprescindibles, de narcisos autoproclamados líderes del pueblo. El dirigente revolucionario es el que sabe que es tal porque el pueblo así lo quiere, no porque sea en sí mismo dirigente, ahí radica su ética revolucionaria. El dirigente revolucionario no busca su fetichización, por lo tanto no concentra poder, ya que es consciente que el poder solo está en el pueblo, no en el individuo. Es por esto que no exige privilegios por sobre los comunes, porque el privilegio ya es que los comunes le consideren capaz de unirlos, de reunirlos. Por todas estas razones, el dirigente revolucionario se sumerge en el pueblo, se pierde y niega en él y en su destino político. Eso está claro en movimientos y dirigentes ciertamente revolucionarios como los zapatistas. 

 

Nosotros nacimos de la noche. En ella vivimos. Moriremos en ella. Pero la luz será mañana para los más, para todos aquellos que hoy lloran la noche, para quienes se niega el día, para quienes es regalo la muerte, para quienes está prohibida la vida. Para todos la luz. Para todos todo. Para nosotros el dolor y la angustia, para nosotros la alegre rebeldía, para nosotros el futuro negado, para nosotros la dignidad insurrecta. Para nosotros nada (EZLN, 1996). 

 

La apuesta por el comunismo es la apuesta por defender nuestro proyecto de vida frente a los proyectos de desarrollo impulsados por todos los gobiernos de América Latina, tanto los autodenominados progresistas, como los neoliberales. No parece haber diferencia fundamental en el programa económico que impulsa el gobierno neoliberal de Santos en Colombia y el que está ejecutando el gobierno progresista de la Revolución Ciudadana en Ecuador. Más allá de las retóricas utilizadas por estos gobiernos, lo que estamos viviendo es un nuevo y más violento proceso de despojo de la tierra que desplaza a miles de campesinos. Acumulación por desposesión que supone la destrucción del mundo de la vida agraria, sobre la base de la contaminación ambiental, el amedrentamiento terrorista, la criminalización de la lucha social, mecanismos que expulsan a los pueblos campesinos-indígenas de sus territorios. Toda esta violencia en nombre del desarrollo capitalista, en nombre de las hidroeléctricas, la minería, el petróleo, las carreteras, la gran construcción, los puertos, los puentes y aeropuertos al servicio de la circulación de capital. 

La apuesta comunista “redirige nuestra atención de los grandes héroes hacia el inmenso trabajo y sufrimiento de la invisible gente común” (Zizek, 2011: 117). Hacia los hombres y mujeres que luchan por trabajo digno, tierra fértil, agua y aire limpios, por un futuro para sus hijas y nietos. La apuesta por el comunismo no es la apuesta por un discurso que ofrece bienestar, sino por la buena vida de los comunes. En este sentido, la apuesta comunista pasa por defender nuestros territorios y nuestros proyectos de vida frente a las fuerzas destructivas del capital. Defender los proyecto de vida de los indígenas, de los campesinos, de los pescadores, de los pequeños comerciantes, de los artesanos, de los concheros, de las mujeres desde abajo, de los jóvenes desde abajo. Nuestro proyecto de vida comunista que incluye muchas comunidades de vida de los comunes y los distintos, de nos-otros y los otros. Nuestro proyecto comunista supone la libertad para decidir la manera en que queremos vivir. 

 

 

Referencias bibliográficas 

Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (1996) Cuarta Declaración de la Selva Lacandona. Recuperado de: http://palabra.ezln.org.mx/ comunicados/1996/1996_01_01_a.htm 

Jameson, F. (1998) El marxismo realmente existente. Revista hechos Ideas (211). La Habana: Casa de las Américas. 

Sartre, J. (1968) Los intelectuales y la Política, Les Temps Modernes, París [editorial]. Le Nouvel Observateur (188), 19 al 25 de junio. Entrevista realizada por Serge Lafaurie. 

Zizek, S. 

_____ (2002) El Frágil absoluto o ¿por qué merece la pena luchar por el legado cristiano? Valencia: Pre-Textos. 

_____ (2005) Las Metástasis del goce, seis ensayos sobre la mujer y la causalidad. Buenos Aires: Ed. Paidós. 

_____ (2009) Sobre la violencia, seis reflexiones marginales. Barcelona: Ed. Paidós. 

_____ (2011), Bienvenidos a Tiempos Interesantes. La Paz: Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia. 

Zuleta, E. (s/f) El Elogio a la Dificultad. Recuperado de: http://www.elabedul.net/Articulos/el_elogio_de_la_ dificultad.php 

 

Notas 

1 Testimonio de Abuela Mapuche, http://www.youtube.com/ watch?v=eYVglf6nnyk 

2 Cf. Sartre, J. (1968) Sartre, los Intelectuales y la Política. 8-13. 

3 Cfr. Ibíd. p. 24. 

4 Cfr. Zizek, S. (2011) Bienvenidos a Tiempos Interesantes. La Paz: Ed. Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, 102.

 

 

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